Reflejando la semejanza de Cristo a través de nuestras palabras.
por Kathleen Barrett
¿Qué dicen de ti tus palabras? ¿Qué es lo que Dios escucha?
Cuando teníamos cuatro o cinco años, nuestras palabras podían ser precoces, profundas o tontas, pero a todos les parecían simpáticas.
Sin embargo, a medida que crecimos, nuestras palabras adquirieron más peso. A veces expresábamos palabras amables y en otras ocasiones de crítica.
Lo que decimos ahora, de hecho, importa y revela quiénes somos en nuestro interior (Lucas 6:45). Las palabras son idea de Dios porque Él es el autor del lenguaje. No obstante, Su carácter es tan puro y santo que no tolerará el lenguaje áspero, crudo o descuidado.
Discipulado
¿Qué tienen que ver las palabras con la misión de Dios y el ministerio al que Él nos ha llamado a cada uno de nosotros a llevar a cabo?
Primera de Juan 1:3 nos ayuda en este punto. Dice que la misión de Dios Padre era el Verbo de vida, Cristo Jesús: “Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo”. La misión de Dios es la comunión con Su creación, y Su ministerio la hace posible al reconciliar a los pecadores consigo mismo.
Por lo tanto, la misión comienza con el amor, la gracia y la paz de Dios hacia nosotros — una relación personal y amorosa. El ministerio continúa en el discipulado. A medida que trabajamos por nuestra propia salvación con temor y temblor (Filipenses 2:12), entendemos lo importantes que son nuestras palabras para Dios.
El crecimiento espiritual y emocional debe darse en nosotros para reflejar el carácter de Dios a través de lo que decimos.
Santiago nos ayuda a ver esto al señalar la discrepancia entre nuestras palabras y la Palabra: “Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios . . . Hermanos míos, esto no debe ser así” (3:9, 10).
Esta lección debería ayudarnos a darnos cuenta de que necesitamos distintos grados de papel de lija en nuestras habilidades de comunicación — corrección del Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios. No se trata solo de palabras vulgares que soltamos (que requieren papel de lija de grano grueso), sino de palabras que desaniman o descorazonan a quienes están más cerca de nosotros (que requieren papel de lija de grano más fino). A diferencia de Cristo, degradamos a los demás al guardar rencor y luego arremeter con ira.
Más allá de la salvación
Sé que esto es cierto en mi caso. Hace años, estaba de pie junto al lavadero de la cocina lavando platos después de una desagradable cena familiar. Sentí una impresión del Espíritu Santo: “Abandonen toda amargura, ira y enojo” (Efesios 4:31).
Este fue un momento de “lija” para mí. No estaba haciendo nada para reflejar el amor de Dios a través de mis palabras desagradables y, en el proceso, hice que un ser querido se hundiera más profundamente en las profundidades del autodesprecio.
A través de esto aprendí una valiosa lección. La salvación no es simplemente una manera de evitar un castigo futuro. Es un regalo eterno que sigue dando vida a quienes viven para Cristo. Algunos pueden pensar que recibir este regalo es una decisión única y que no necesitamos hacer nada más.
Pero eso no es verdad. Como creyentes, debemos permanecer en Cristo (Juan 15:4) y esforzarnos por la unidad en el Espíritu. La unidad se logra si cada uno de nosotros asume la responsabilidad de sus palabras, permitiendo que el Espíritu Santo utilice Su papel de lija según sea necesario: “Les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor” (Efesios 4:1, 2).
Orientación y corrección
Piensa en tus palabras. ¿Son sanadoras o hirientes? Tal vez sea el momento de escribir una carta para arreglar las cosas, perdonar a alguien o buscar el perdón. O tal vez una resolución de Año Nuevo requiere que seas la carta de la que habla Pablo en 2 Corintios 3:3.
A medida que crezcamos en nuestro caminar cristiano, nos volveremos más conscientes de los ajustes del Espíritu Santo, que nos ayudan a ir de gloria en gloria. Al reconocer cuándo se necesita una lijada, abordamos de buena gana y con oración nuestros defectos de carácter. Su lija suavizará las palabras dañinas (Efesios 4:29). Día a día, nos volveremos más parecidos a Cristo en carácter, dignos de ser conocidos como hijos del Rey de reyes.
Esa corrección diaria es necesaria por otra razón. Dios es el Juez de todos y nos ama demasiado como para aceptar nuestras viejas costumbres. Por eso Pablo dice: “Porque es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo” (2 Corintios 5:10).
Transformación
¿No sería desagradable oír que algunos personajes queridos de la Biblia eran chismosos, malhablados o que siempre se estaban quejando?
Un seguidor de Cristo no puede tener doble ánimo. No puede servir de una manera en la comunidad y de otra en el hogar. Si esto sucede, nuestro carácter y la reputación de Dios a los oídos de un mundo crítico y atento se ven comprometidos.
Lo mejor de Dios para Sus hijos está envuelto en una palabra asombrosa: transformación. Esto comienza con la salvación y continúa con papel de lija espiritual de vez en cuando a medida que crecemos en semejanza a Cristo. Dentro de este concepto, tenemos nuestra misión y ministerio en un mundo áspero, fragmentado y descarriado.
Hay alegría en el camino cuando estamos dispuestos a apoyarnos en el papel de lija de la corrección. Al hacerlo, nuestras palabras reflejarán la transformación de Dios, por dentro y por fuera.
Kathleen Barrett escribe desde Port Saint Lucie, FL. Las citas bíblicas fueron tomadas de la Nueva Versión Internacional.