El Gran Desastre del Buzón

Una lección personal de humildad.

por Sarah Schwerin

El día era perfecto. Desde la ventana de mi oficina, el sol del mediodía brillaba sobre los arbustos de enfrente. Un auto pasó por la calle de la subdivisión. Yo escribía en mi computadora portátil, terminando un artículo que había estado escribiendo. Solo quedaban un par de cosas pendientes en mi lista de tareas por hacer.

Otro auto pasó y luego se detuvo. ¿El auto del correo? No, una camioneta oscura que visitaba a nuestro vecino. Regresé a mi trabajo hasta que un sonido fuerte hizo que me detuviera.

Afuera, la camioneta estaba en un ángulo extraño. Algo estaba mal. Me apresuré a salir por la puerta y por la entrada.

La conductora del auto había salido. Ella y yo nos quedamos mirando el poste donde antes había estado mi buzón.

Ella examinó su auto. “No entiendo cómo sucedió”.

Yo tampoco entendía. El buzón de mi vecino colgaba en el poste de metal, mientras que el mío estaba en el césped. ¿Por qué no había usado la cámara del carro?

La señora se disculpó y fue amable. Intenté ser amable mientras la ira y la frustración bullían bajo la superficie.

Encontrar una empresa de reparación consumió el resto de mi día. Me sentí resentida y enojada por el tiempo perdido. Aunque la conductora pagó las reparaciones, su descuido arruinó mi día perfecto.

Unos meses después, había dejado atrás el problema del buzón. Mi hijo adolescente y yo habíamos terminado de hacer unos quehaceres. Seguimos platicando mientras yo manejaba de reversa a la entrada de nuestra casa.

Entonces sucedió.

Sentí una sacudida y escuché un golpe. Se me encogió el corazón mientras miraba a mi hijo con los ojos muy abiertos.

“¿Acabo de . . . ?” No necesitaba su respuesta y no necesitaba mirar hacia atrás para ver el resultado del golpe.

Pare el carro y me acerqué al lugar del impacto. Esta vez mi buzón y el de mi vecino yacían en el suelo. El poste vacío se burlaba de mí. Había causado más daños que el invitado de mi vecino, y las reparaciones costarían más que el accidente anterior.

Esta vez estaba enojada y frustrada conmigo misma, pero también avergonzada. ¿Cómo pude haber golpeado mi propio buzón? El carro tenía una cámara. No había excusa para mi descuido.

Cuando le expliqué a mi vecino y luego a mi esposo lo que había sucedido, mi problema se hizo evidente: no solo mi forma de conducir, sino también mi orgullo. Yo pensé que era mejor que la señora que había golpeado mi buzón. Pensé que estaba por encima de cometer errores por descuido. Estaba equivocada.

Santiago y Juan

Los discípulos —Santiago y Juan— también pensaban que estaban por encima de cometer errores por descuido. Ellos habían sido llamados y escogidos por Jesús. Los hermanos caminaron con Él, escuchando Sus mandatos. Cuando su Rabino los envió, llevaron Sus palabras y sanaron a otros. Imagine su enojo y frustración cuando un pueblo al que fueron no aceptó a Jesús.

Su respuesta a su Maestro muestra la profundidad de su indignación: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” (Lucas 9:54).

Santiago y Juan deben haber pensado internamente yo nunca rechazaría a Jesús. Sin embargo, Jesús conocía sus corazones y el orgullo que había dentro de ellos. Por eso los reprendió: “No sabéis de qué espíritu sois” (v. 55).

Los discípulos se deleitaban en su nuevo poder y estatus. Puedo entenderlos. Cuando mi buzón se cayó por primera vez, me senté detrás de mi escritorio a escribir una devoción, segura del hecho de que Dios me había llamado a ser escritora y oradora. Al igual que Santiago y Juan, yo estaba tan absorta en la emoción de seguir al Mesías, que había olvidado de dónde venía y Quién me había llamado.

En la cultura de Santiago y Juan, los rabinos elegían a los estudiantes más talentosos para que los siguieran. Los que no eran elegidos practicaban un oficio. Como un rabino no había seleccionado a estos hermanos, se convirtieron en pescadores. Pero cuando se resignaron a su vida de segunda categoría, el Rabino de todos los  rabinos, el Mesías, los llamó. Sin embargo, en el proceso de seguirlo, olvidaron que Jesús los había elegido cuando no eran nada. Olvidaron que Jesús — no el mundo sino el Rabino que cambia todo — los había llamado a seguirlo.

Cuando seguimos a Jesús, debemos dejar de lado nuestro orgullo recordando de dónde venimos. Cuando Jesús llamó a Santiago y a Juan para que dejaran sus redes de pesca, los eligió. No por algo que hubieran hecho, sino por la gracia de Dios — Su favor inmerecido. Dios sabe que nos gusta encontrar faltas en los demás y olvidamos nuestros errores cotidianos. En medio de nuestros accidentes de reversa sobre buzones de correo, haciendo tormentas sobre las acciones de otros o de cualquier otro paso en falso que podamos dar, Dios nos elige y nos llama a alejarnos de nuestras vidas orgullosas.

El peso del orgullo

Una vida de orgullo es una carga pesada. Es una vida en la que debemos ser perfectos. No se permiten errores.

Un corazón orgulloso dice: “Yo tengo todas las respuestas. Nunca haría lo que él hizo. Nunca rechazaría a Jesús como lo han hecho otras personas. Nunca golpearía un buzón de correo”. Un corazón orgulloso es rápido para juzgar, rápido para enojarse y rápido para decir algo de lo que se arrepentirá en pocos momentos. Sin embargo, Jesús nos invita a dejar de lado nuestros egos inflados y seguirlo.

Jesús dijo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:29, 30).

Dios quiere quitar nuestro pesado yugo de orgullo para que podamos vivir una vida de humildad. Un corazón humilde dice: “No tengo todas las respuestas, pero sigo a Aquel que sí las tiene”. Un corazón humilde no dice: “Yo nunca . . . ” En cambio, dice: “Es posible . . . pero no hay problema porque cuando me equivoco, confieso mis pecados y me reconcilio con el Dios que conoce mi corazón orgulloso”. Un corazón humilde siempre pone a Jesús primero y puede ver el siguiente paso a seguir.

Fe como de un niño

El ejemplo del discípulo ideal no es Santiago, ni Juan, ni ninguno de los otros héroes bíblicos más grandes. Es el ejemplo de un niño.

En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (Mateo 18:1-4).

Un niño debe depender de sus padres para todas sus necesidades. Un niño observa a sus padres para saber cómo comportarse. Los escucha para recibir instrucciones diarias. En su corazón, los padres saben que un hijo no tiene todas las respuestas, por lo que deben seguir al Padre, que siempre sabe cuál es el mejor camino a seguir.

Desde la ventana de mi oficina, veo los buzones negros sobre el poste de metal. El cartero deja algunas cartas y se va. Camino por la entrada y abro el buzón. La puerta se traba y el poste ahora está en un ángulo extraño. Fue lo mejor que pudo hacer el reparador después de mi accidente. El buzón me recuerda que todavía cometo errores. Como otros a mi alrededor, soy una creación imperfecta, pero eso está bien. Mis errores me mantienen humilde y confiando diariamente en Jesús, mi Rabino, el ejemplo perfecto de humildad.

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail
Edición Actual Siervo, Esclavo, Salvador

Written By

You May Also Like

© eric1513 | istockphoto.com

A Sus Pies

Leer más
Picture of cross

Siervo, Esclavo, Salvador

Leer más

Edición Actual

Leer más