El Poder de Una Palabra

por Bonita Jewel Hele

Podría decirse que Juan el Amado conoció a Jesús más íntimamente que cualquiera de Sus otros seguidores. Él estuvo con Jesús durante Sus momentos más celebrados y también caminó con Él en los momentos más oscuros.

Juan vio a Jesús transfigurado en santidad en la cima de una montaña. Fue testigo de cómo resucitó a una niña de entre los muertos con una sola palabra. Juan se arrodilló al pie de la cruz en la que Jesús sangró y murió. Fue el primero en reconocer a Jesús de pie en la lejana orilla del mar después de haber resucitado de entre los muertos.

Juan comenzó su testimonio con un mensaje que abarcaba el espacio y el tiempo en su alcance: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Él continuó describiendo las acciones de este Verbo, que claramente no es una palabra normal para nuestra forma de pensar hoy en día.

Las palabras generalmente son habladas o escritas. Tienen definiciones y significados pero no tienen en sí mismas la capacidad de hacer cosas. No pueden moverse ni vivir ni respirar.

Si usted es un lector y disfruta de un buen libro, conoce el poder de las palabras. Cuando se entrelazan de la manera correcta, pueden abrir mundos de imaginación. Es posible que haya leído un cuento como El León, la Bruja y el Armario cuando era niño. Es posible que se haya maravillado ante la idea de entrar en un mundo como Narnia, con animales que hablan y la perspectiva de transformarse en un rey o una reina.

Sí, las palabras tienen poder. Pero la Palabra a la que se refiere Juan en su Evangelio es diferente.

“Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (1:3). La descripción en el primer capítulo de Juan connota una imagen de algo . . . de alguien que puede sentir, algo que una palabra inanimada no puede hacer.

La Palabra era un ser, y además poderoso. La declaración de Juan evoca una imagen de omnipotencia.

 Juan escribió: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (v. 4). Él no es sólo vida sino también luz. En la literatura, la luz suele ser sinónimo de conocimiento y vida; la oscuridad, de muerte, ignorancia y tristeza. Esta Palabra, dijo Juan, se convirtió en luz para toda persona que entra en el mundo (v.9).

La Palabra iluminó el mundo que Él creó, haciendo brillar Su luz en los corazones de los hombres y mujeres, a quienes diseñó a Su imagen.

Pero el mundo no lo conoció.

Los mismos que podrían — deberían — haberlo reconocido y acogido, no lo recibieron. Este Verbo que era Dios descendió a la tierra, un regalo invaluable desenvuelto y expuesto para que todos lo vieran, y muchos se dieron la vuelta y se alejaron.

Toda la historia habría sido una tragedia si no fuera por las siguientes palabras que Juan escribió. Una promesa: “Mas a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (v. 12).

¿Qué — Quién — es este Verbo que tiene poder para acoger a quienes creen como hijos e hijas de Dios?

Él es el Hijo unigénito de Dios, primogénito de muchos hermanos y hermanas. Él descendió a la tierra para mostrar quién es verdaderamente el Padre, para glorificar Su nombre y darlo a conocer. Mientras recorría caminos desgastados hacia Caná y Capernaúm, hacia Galilea y los gadarenos, hacia Betsaida y Betania, y finalmente hacia Jerusalén y la cruz, Sus palabras y hechos transmitían una imagen de Dios el Padre.

¿Y cuál era esa imagen? Una de sanidad. Misericordia. Gracia. Adopción. Aceptación.

El Verbo estaba con Dios. El Verbo era Dios. El Verbo era el Hijo unigénito de Dios. El Verbo se hizo carne y sangre y lágrimas y suspiros. Se hizo risas y amistad. Se hizo compasión y mansedumbre. Se hizo hijo para poder morir.

Y en Su resurrección, se glorificó y le fue concedido el derecho de recibir a Su familia en un hogar eterno — para aquellos que contemplaron Su gloria, como la describió Juan para que todo el mundo pudiera verla. Estos de alguna manera podían saber y creer que la gracia y la verdad habían entrado en el mundo que Él creó. Ya nada volvería a ser lo mismo.

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Bonita Hele is a freelance writer and editor with an MFA in creative writing. She has been published in Seek, Spickety Magazine, Upstreet Magazine and several volumes of Chicken Soup for the Soul. Bonita lives with her husband and three children in Fresno, CA.

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