Escuchando Su Corazón

“Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).

El brillante resplandor de las luces del techo de la iglesia hizo que Lauren, mi compañera de equipo de la misión de jóvenes, se pusiera las gafas de sol cuando encontramos nuestros asientos antes de que comenzara el servicio de la mañana. Mientras la música de la alabanza reverberaba, me pregunté si hubiera sido más prudente dormir hasta tarde después de haber pasado una noche ministrando en las calles del Boulevard Hollywood.

Lauren, con el rostro pálido, encorvada en su asiento, trataba de ponerse cómoda. Unas cuantas miradas de molestia de las mujeres de mediana edad y bien vestidas sentadas una fila delante de nosotras fueron lanzadas en nuestra dirección. Consciente de los jeans andrajosos de Lauren y míos y de nuestras blusas arrugadas, les sonreí tímidamente cuando se cruzaron nuestras miradas. Pero no me regresaron la sonrisa.

Cansada por la falta de sueño, me sentía fuera de lugar y confundida. Luché por concentrarme en las palabras del pastor, pero mi mente daba vueltas, repitiendo los eventos de la noche anterior.

En la calle

Lauren y yo éramos estudiantes en una Escuela de Discipulado y Capacitación de Jóvenes con Una Misión, y recientemente habíamos regresado de un evento de evangelismo en Monterrey, México. Mientras viajábamos en autobús de regreso al estado de Washington, nos quedamos en varios pueblos y usamos nuestros ministerios de títeres, teatro y música para llegar a niños y ancianos. Pero esta era nuestra primera noche de ministerio en las calles, justo en el corazón de Hollywood.

Nos habían dejado a las 11:00 p.m. el sábado por la noche, frente a un cine. Se estaban preparando para la función de medianoche con la película The Rocky Horror Picture Show. La larga fila de rockeros punk vestidos extravagantemente envolvía el edificio como una serpiente hinchada. Se retorcían de impaciencia hasta que los ánimos se desbordaron y la gente se empujó entre sí hacia el tráfico que se aproximaba en la concurrida carretera de varios carriles.

Horrorizadas pero paralizadas, oramos por su seguridad. Y por la nuestra. Momentos después, más de cien policías llegaron en motocicletas. Un oficial habló a través de un megáfono y ordenó a la multitud que se dispersaran o serían arrestados. Siguieron momentos tensos mientras orábamos por un final pacífico de lo que podría convertirse en una confrontación o un motín.

Esperamos y observamos. Cuando la multitud se dispersó pacíficamente, dejé escapar un suspiro de alivio.

Muchos rockeros punk se quedaron en la periferia, sumándose a la vida nocturna de las prostitutas, sus jefes, y traficantes de drogas, así como a aquellos vestidos para una noche en la ciudad. Las contrastantes imágenes de los que estaban en las calles nos recordaron que muchos estaban perdidos y necesitaban un Salvador. Esta imagen reforzó nuestra necesidad de orar cuando nos dividimos en equipos de dos y fuimos enviados a ministrar a los quebrantados.

Compartiendo esperanza

Nerviosas, emocionadas y temerosas, le pedimos a Dios que nos llevara a alguien con quien hablar. Lauren y yo vimos a una joven llamada Terry apartada de los demás, incómoda y tal vez sola. Hablamos largamente con ella y nos dimos cuenta de que estaba atrapada en la prostitución.

Mi corazón se compadeció de Terry cuando me contó que se mudó de Nueva York con la esperanza de una vida mejor. No la había encontrado en las calles de Hollywood. Claramente decepcionada con su estilo de vida actual, Terry escuchó mientras compartíamos nuestras historias de cómo Dios había transformado nuestras vidas a través de una relación personal con Jesús. Expliqué el estado caído de la humanidad y nuestra necesidad de un Salvador. Mientras le contaba a Terry la historia de Jesús y cómo Él perdona nuestros pecados, sus ojos se iluminaron con un rayo de esperanza por un futuro diferente.

Mientras tanto, su amigo estaba detrás de ella en las sombra, mirándonos. Terminamos de hablar con Terry y le entregamos un folleto para explicar más sobre la esclavitud del pecado y cómo podría tener una nueva vida en Cristo. Oré para que las semillas plantadas no fueran arrebatadas por el Maligno, incluso en la forma de su “amigo”.

Hablamos mucho tiempo con Terry y ya no nos quedaba mucho tiempo más antes de la hora de reunirnos con el grupo a la 1:00 a. m. Oramos por los que vimos y entregamos algunos folletos a otros.

Una dura lección

Mientras reflexionaba sobre estas cosas en la iglesia, miré a Lauren, solo para ver que había perdido su lucha por mantenerse despierta. Apenas tenía dieciséis años y era una joven creyente, rescatada ella misma de la prostitución solo un año antes. Su historia personal de la gracia salvadora de Dios habló a muchos.

La mirada de las mujeres en la iglesia nos apuntaron unas cuantas veces más. Aliviada cuando terminó el servicio, desperté a Lauren y recogimos nuestras chaquetas y nuestras Biblias. Una de las mujeres hizo un gesto para hablar con nosotros.

Nos desafió a no deshonrar la casa de Dios ignorando Su santidad.

Yo estaba demasiada sorprendida para responderle. Una vez más, pensé en nuestro encuentro con Terry la noche anterior y deseé que a esa mujer le hubiéramos importado lo suficiente como para preguntarnos nuestra historia. ¿Nos sentíamos bien, o estábamos desveladas por algún problema? ¿Cómo podían saber ella y sus amigas lo que habíamos estado haciendo la mitad de la noche? Tal vez si se hubieran tomado el tiempo de preguntar, podríamos habernos bendecido mutuamente al haber compartido sobre nuestra noche.

A través de esta experiencia, no solo aprendí sobre el evangelismo efectivo. Aprendí también sobre juzgar a los demás. Aunque me entristeció, el juicio de las mujeres hacia nosotras reafirmó en mí la necesidad de escuchar las historias de vida de los demás, dentro y fuera de la iglesia, con un corazón compasivo. Escuchar y compartir el evangelio con Terry y otros había eliminado mi miedo, reemplazándolo con el amor de Dios por las personas que sufren. Ojalá estas mujeres hubieran hecho lo mismo por nosotras.

A menudo no conocemos la verdad de una situación o el corazón de una persona. Pero Dios sí. Con corazones compasivos, podemos compartir no solo la historia de Dios transformando nuestras vidas, sino también la historia de Dios sobre Su Hijo, el perdón y la nueva vida que Él ofrece gratuitamente a todos.

Nuestras “historias de Dios” son milagros. E incluso cuando se malinterprete, mi deseo es seguir a Jesús, amar a los demás y traer muchas más almas perdidas a Su reino.

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Written By

Jeri Stockdale writes inspirational women's fiction, romance, and historical fiction. She has had several articles published, including a fictional short story in Brio magazine that won her a finalist award in the 2021 Oregon Christian Writers Cascade contest. She is a member of American Christian Fiction Writers and Romance Writers of America. Jeri lives with her husband, Jeff, and their three children in Poulsbo, WA.Visit her at https://www.jeristockdale.com/ and https://www.facebook.com/jeri.stockdale.

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