Abrazando la misericordia en los bosques más densos y oscuros.
por Kathleen Barrett
El poeta estadounidense Robert Frost escribió el poema “Deteniéndose en el Bosque en una Tarde Nevada”. La última estrofa es evocadora:
El bosque es hermoso, oscuro y profundo.
Pero tengo promesas que cumplir,
y kilómetros que recorrer antes de dormir,
y kilómetros que recorrer antes de dormir.
A lo largo del camino sagrado de un cristiano, podemos atravesar una temporada de extremo temor, pérdida o soledad. El bosque se oscurece, llevándonos a una soledad casi reconfortante. Podemos contemplar la posibilidad de permanecer en la oscuridad del bosque de la desesperación. Lo sé; una vez estuve allí.
Uno nunca pretende acercarse tanto al lugar secreto y aislado del autoconsuelo o la autocompasión, pero parece tan hermoso escabullirse y olvidar el dolor de nuestras circunstancias. Nos prometemos que será solo por un rato. Pero luego los días se convierten en semanas, las semanas en meses y, a veces, en años. Y entonces, mientras la luz de la esperanza penetra la oscuridad del descontento en este viaje solitario, debemos tomar una decisión. Podemos aferrarnos a la desesperanza autoimpuesta o mirar con ilusión los kilómetros que nos esperan y las promesas que debemos cumplir. Y aunque hayamos experimentado el “pan de escasez y agua de opresión” (Isaías 30:20), el profeta nos recuerda la salida misericordiosa del Señor: “Tus oídos oirán detrás de ti estas palabras: “Este es el camino, anden en él” (v. 21). Podemos escapar de la oscuridad del bosque y entrar en la libertad y la sanación obedeciendo la guía de Dios.
Promesas y millas
El poema de Frost está ambientado en algún lugar de Nueva Inglaterra, donde, en una hermosa tarde nevada, él y su “caballito” se quedan para ver cómo el bosque se llena de cristales blancos y helados de maravilla. Frost permanece allí el tiempo suficiente para contemplar el misterio del bosque. De repente, intuye las promesas que debía cumplir y las millas que debía recorrer antes de dormir.
El término bíblico para la muerte es dormir. Como seguidores de Cristo, ¿nos atrevemos a demorarnos demasiado en los bosques profundos y oscuros de la desesperación antes de partir de esta vida? Tengan la seguridad: El Señor tiene promesas para nosotros que debe cumplir mientras tanto, a lo largo de las millas que recorremos antes de morir. La oscuridad es temporal; la luz es eterna, incluso en la espera.
Si están en un período de espera, orando para encontrar la salida de la oscuridad o esperando su milagro, aprovechen ese tiempo para hablar con Dios. Grítenle como si fuera sordo. Denle gracias porque escucha con ambos oídos. Clamen a Dios como si no le importáramos. ¡Alábenlo porque sí le importamos!
Clamamos, y a su tiempo, Él nos guía. Pero debemos tener cuidado de no quedarnos atrapados en estos bosques oscuros. Jesús advierte en la parábola del sembrador: “Y aquel en quien se sembró la semilla entre espinos, este es el que oye la palabra, pero las preocupaciones del mundo… ahogan la palabra, y se queda sin fruto” (Mateo 13:22). Si nos hundimos en ellas, las preocupaciones de este mundo, las pruebas de esta vida, ahogarán la palabra y el gozo de Jesús que nos sostienen en los momentos difíciles. Ellas pueden endurecer y finalmente silenciar el clamor de un corazón quebrantado y contrito.
Pero incluso aquí, en la misericordia de Dios, Él extiende una mano de ayuda a los más pequeños de nosotros – los pecadores salvados por la gracia, los perdidos en el bosque y demasiado asustados para luchar por salir. Podemos volvernos cómodos y complacientes en nuestro dolor, miedo y quebranto. Podemos volvernos sordos a los propósitos de la cruz del Calvario: perdón, libertad, sanación y cambio.
Cuando recibimos el llamado del Espíritu Santo, Dios nos hace justos en Cristo Jesús. Eso nunca cambia. Lo que cambia constantemente son nuestras circunstancias, actitudes y personas en nuestras vidas que pueden llevarnos al bosque oscuro. Nuestra respuesta a este desvío inesperado determinará lo largo o difícil que será encontrar el camino a la salida.
La salida
Hace poco, mi hija y sus hijos paseaban por un parque lleno de árboles en el que nunca habían estado. Se encontraron con una desconocida en el camino. Apareció de la nada, descalza, un poco desaliñada y muy platicadora. Ella le aseguró a mi hija que conocía la salida del parque La siguieron, pero poco a poco se dieron cuenta de que se habían desviado de su camino.
Esto me recuerda lo que dijo
Jesús y por qué es tan crucial: “Mis ovejas oyen Mi voz; Yo las conozco y me siguen” (Juan 10:27). Cuando conocemos a Cristo a través de una relación personal (oración, adoración, estudio de las Escrituras y comprensión de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas), desarrollamos discernimiento y lo seguimos porque conocemos Su voz.
Hay más buenas noticias: Dios nunca nos dejará ni nos abandonará. Cuando vagamos o nos vemos obligados a adentrarnos en lo desconocido, podemos recordar que el Señor nos ha dado una brújula — el Espíritu Santo — para encontrar la salida.
Consideremos, por ejemplo, los puntos cardinales de una brújula: Norte, Este, Sur y Oeste. En las horas más oscuras, la brújula apunta al norte. Podemos pensar en esto como la necesidad de perdón y liberación de la culpa. En las épocas inesperadas de la vida, la brújula puede apuntar al este, ofreciendo paz en medio de las sombras de la incertidumbre. Los pensamientos ansiosos pueden dirigirnos hacia el sur, donde la sensatez necesita disipar el temor. Si vamos al oeste, el Espíritu Santo nos ayuda a dar esos valientes pasos para salir de la oscuridad. Aquí surge la esperanza, trayendo sanación y un cambio saludable. El bosque puede ser oscuro y profundo, pero, como Frost, podemos encontrar belleza y consuelo momentáneos. Como Frost, nos damos cuenta de que no hay tiempo para demorarnos, con millas por delante y las promesas de Dios que Él cumplirá.





