¿Por qué, Señor?

Cuál es la razón de las dificultades que enfrentamos? ¿Por qué tenemos que soportarlas en nuestro diario vivir? No me malinterpreten. Debería ser un consuelo saber que a medida que atravesamos las pruebas, hay Uno que está al tanto de todo y siempre está cuidándonos. Pero cuando esos momentos nos golpean, nuestra naturaleza humana siempre pensará ¿Por qué? o ¿Por qué pasa esto?

Falsamente acusado

Como todos los demás, solo buscaba un trabajo permanente, algo que pudiera ayudarme para construir mi futuro, y posiblemente una familia. Después de trabajar para una empresa de construcción por más de dos años, comencé a tener problemas con la empresa. Después de trabajar tres meses sin recibir sueldo, decidí irme. Pensando que eso había quedado atrás, esperaba mi próxima oportunidad profesional. Pero descubrí que la empresa se estaba desmoronando y había una demanda en su contra. Y yo estaba implicado en eso.

Ese no fue un problema pequeño. Los clientes de la empresa levantaron un caso penal en su contra y yo estuve erróneamente implicado. En esa demanda legal no tenía derecho a salir bajo fianza y había amenaza de cadena perpetua si se probaba que era culpable. Aunque confiaba en mi inocencia, me sorprendió la amenaza de pasar tiempo en la cárcel mientras el caso se tramitaba en los tribunales. A mi edad, no tenía tiempo para un desvío de tal magnitud.

Aquí en Filipinas, la frase “inocente hasta que se demuestre lo contrario” no es como en otros países. No tenemos un jurado para decidir un veredicto. Los elementos que juegan en las cortes siempre han sido la acusación, la defensa, el juez y el dinero. En muchos casos aquí, los acusados han sido finalmente considerados inocentes después de pasar años y años encarcelados mientras esperaban que su inocencia fuera determinada. Yo no podía aceptar que ese fuera mi destino.

Encarcelado

En mi gran angustia, oré a Dios, esperando un rescate, una intervención. Pero no llegó. La ley me agarró y me metieron en la cárcel. Para empeorar las cosas, la pandemia hizo que la vida dentro de la prisión fuera mucho más difícil. Solo comía dos veces al día, una por la mañana y otra por la noche. El agua se limitó a solo un recipiente de quince litros por día, tanto para beber como para bañarse. Dormía en un espacio estrecho debajo de la cama de un recluso privilegiado.

Las primeras semanas se sentían irreales, parecía una situación que solo había escuchado en historias. Y ahora realmente lo estaba viviendo. Un bombardeo de pensamientos negativos inundaron mi mente, corrompiendo mi corazón: Ahora, esta va a ser mi vida.

El demandante no se conmovía ante las súplicas llenas de lágrimas de mi pobre madre. Esto me hizo pensar que la humanidad no tiene esperanza porque no le importa la verdad o lo que es correcto, sino solo sus propios intereses. Yo era inocente, pero el resto de mis parientes tenían dudas y tenían una actitud de cinismo. Mi madre sufrió humillaciones y dolores.

Nubes oscuras se formaron a mi alrededor y me hundí en mi oscuro rincón.

Con una voz interior cansada, clamé a Dios: “¿Por qué, Señor?” Como Job, comencé a dar cuenta de mi trabajo con el pueblo de Dios, la iglesia, la juventud, pero no pude encontrar una respuesta que me hiciera entender por qué estaba en prisión. Pasaba la mayor parte de las noches sin dormir, llorando y destrozado.

El dolor era peor los sábados. El sábado me parecía muy lejano. Trataba de cantar himnos en mi cabeza pero siempre terminaba escondiéndome en las lágrimas. Echaba mucho de menos mi comunión, pero se había ido.

En la primavera, a los reclusos se les permitía salir al exterior. Aunque podía hacer muchas cosas, solo miraba los árboles más allá de las paredes del recinto de la prisión, o las nubes y los pájaros arriba. La misma pregunta seguía resonando en mi cabeza: ¿Por qué?

Verso de la Biblia

Un día de esa primavera, un preso anciano se enteró de que yo solía servir en una iglesia, así que empezó a hablarme sobre los versos de la Biblia que recordaba. Se esforzaba por recordarlos. Al principio solo respondí por respeto (en la cárcel, teníamos que mostrar respeto a los mayores, o seríamos castigados). Citó mal los versos y yo simplemente lo ignoré. Pero luego pronunció las palabras de Jeremías 33:1-3:

Vino palabra de Jehová a Jeremías . . . estando él aún preso en el patio de la cárcel, diciendo: Así ha dicho Jehová, que hizo la tierra, Jehová que la formó para afirmarla; Jehová es su nombre: Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces (RVR, 1960).

Me quedé helado, mi corazón latía con fuerza. No podía hablar. Mientras lo miraba, él continuó su sincero esfuerzo por transmitir el significado de las palabras en los versos. No podía creer lo que estaba escuchando. Era como una voz que no había escuchado en mucho tiempo. Más tarde esa noche tomé en mis manos una vieja Biblia de las Buenas Nuevas y me apresuré a leer las páginas del libro de Jeremías. Cuando llegué al capítulo 33, mis ojos vieron el final del capítulo 32: “Así dice el SEÑOR: Tal como traje esta gran calamidad sobre este pueblo, yo mismo voy a traer sobre ellos todo el bien que les he prometido”. (v. 42, NVI).

Mis ojos comenzaron a empañarse y no pude evitar que las lágrimas cayeran. Mi corazón latía con fuerza, pero no de dolor; estaba cálido y reconfortado. Había sentido a Dios a pesar de estar todavía en la prisión. Y como un niño pequeño en un lugar aterrador, me encontraba bien porque estaba tomado de la mano de mi Padre.

Renovación

En los momentos de iglesia en la prisión, siempre me había mantenido alejado porque me sentía perdido. Pero ahora entré y escuché los viejos himnos que se cantaban, y recordé mi sábado. Lo sentí de nuevo en mi corazón. Cerré mis húmedos ojos, levanté mi mano hacia Dios y pedí perdón porque me había dejado hundir en la oscuridad y había olvidado Sus promesas. Había olvidado cuánto me amaba. Le pedí al Señor que me quitara la ira que sentía hacia el que me había acusado, y mi odio por los parientes que me habían abandonado. Le pedí al Señor que me diera perdón para que pudiera perdonar a mis antiguos empleadores, y que le diera a mi madre un corazón tranquilo y consuelo. Y le pedí al Señor que me usara para Su propósito, para que pudiera servirle a Él y a las personas en la prisión.

Sentí como si me quitaran un gran peso de encima y mis ojos empezaron a ver la prisión de otra manera. Había sido renovado. Le envié una carta a mi madre pidiendo que me enviara su Biblia de bolsillo. Incluso trabajé por el privilegio de tener un bolígrafo y un cuaderno para mí.

Estaba en una misión. Me encontré predicando a más de setecientos presos dos veces al mes. Oraba con ellos y algunos pedían oración personal. Ya no era un lugar de miedo; era un lugar lleno de almas perdidas.

El 12 de febrero de 2021 (mi cumpleaños), después de pasar noventa días encarcelado, el juez determinó mi implicación como “injusta” y se ordenó mi liberación inmediata. Volví a mi familia, a mi feliz madre.

Reacción justa

Como humanos, cuando somos emboscados por tribulaciones, a menudo nos enfocamos, consciente o inconscientemente, en la angustia. Pero tenemos que recordarnos a nosotros mismos lo que dice Efesios 6:12 — que estamos en una batalla espiritual — y luego somos desafiados a caminar más allá de eso. Nuestra naturaleza carnal siempre estará inclinada a responder por las reglas: la ley de la carne, nuestro antiguo yo. Pero el Espíritu Santo nos guía a considerar nuestro viejo yo como muerto (Colosenses 3:3; Romanos 6:6), y a elevarnos a una nueva vida que está en Jesucristo.

Entonces, ¿cuál es la razón de las dificultades que enfrentamos? ¿Por qué tenemos que soportarlas? Para mí, sirven como una oportunidad para descubrir y redescubrir que estoy tomado de la mano de mi Padre todo el tiempo. Veo que nunca me ha dejado ni me ha abandonado. Él siempre estuvo ahí y siempre estará ahí porque eso es lo que Él es: amoroso y fiel.

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Aún no Hemos Llegado Sedientos de Dios . . . en el Dolor

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