23 de febrero de 2020: En Georgia, un hombre desarmado de 25 años pasó corriendo frente a una casa en medio del día, llamando la atención de dos hombres que estaban en el patio de enfrente. Sospechando que podría estar conectado con robos locales, los hombres agarraron sus armas y lo persiguieron en su camioneta. Poniéndose enfrente de él, el conductor detuvo el carro, salieron del vehículo y lo enfrentaron con pistola en mano. La situación pasó a mayores y, en cuestión de minutos, el conductor, estando muy cerca, le disparó dos veces en el pecho con su arma. Pasaron meses y una campaña nacional por parte de los abogados de la familia antes de que los que le dispararon fueran arrestados, a pesar de que la policía tenía un video del incidente y los fiscales conocían a los asesinos por nombre.
13 de marzo de 2020: una mujer desarmada de 26 años en Kentucky estaba durmiendo en la cama con su novio, agotada por trabajar como EMT. Alrededor de las 2:00 a.m., la policía ejecutó una orden de entrar a la propiedad sin tocar, derribando la puerta y con sus armas desenfundadas. Su novio, sorprendido por el sonido, sacó una pistola de su buró, la cual tenía con permiso, e intercambió balazos con los oficiales a través de una pared en la casa, dando como resultado su muerte y la de la joven. La orden de ejecución había sido para una persona que había sido detenida en la ciudad poco antes de la redada. Pasaron meses antes de que se hicieran esfuerzos sustanciales para abordar esa trágica pérdida de vidas, o los procedimientos policiales que la instigaron.
25 de mayo de 2020: un adolescente, empleado de una tienda en Minnesota llamó a la policía, sospechando que un cliente le había dado un billete falso de $20. En respuesta, los oficiales detuvieron al hombre desarmado de 47 años, esposándolo y tirándolo boca abajo en la calle. Con espectadores filmando en sus teléfonos celulares, el oficial que lo arrestó colocó su rodilla en la parte posterior de su cuello y sostuvo al hombre en el suelo durante casi nueve minutos. El hombre suplicó repetidamente que lo dejaran en paz, diciendo que no podía respirar y llamando a su madre. Perdió el conocimiento. Cuando llegaron los paramédicos, y el oficial finalmente quitó su rodilla del cuello del hombre, ya era demasiado tarde para salvarle la vida.
¿De quién es la justicia?
Sin sentido. Trágico. Horrendo. Ahmaud Arbery, Breonna Taylor y George Floyd eran todos personas estadounidenses de color asesinados por estadounidenses blancos. Éste es el último capítulo de una historia de más de cuatrocientos años de esclavitud, opresión, discriminación e injusticia perpetrada contra las personas de color en los Estados Unidos por un gobierno que proclama los ideales de libertad y justicia para todos y una ciudadanía en la que tres de cada cuatro personas dicen ser cristianas.
Aún en medio de una pandemia global y desastres naturales, guerras, disturbios políticos, violencia, enfermedades y disfunciones, la injusticia destacada en estas tres muertes ha llamado la atención de personas de todo Estados Unidos y del mundo que protestan contra el racismo y la brutalidad policial. Sin embargo, muchos cristianos estadounidenses se alejan con desinterés y encuentran la forma de culpar a las víctimas por los crímenes de sus opresores. La opresión y la explotación que todavía operan en el mundo de hoy (incluso entre el pueblo de Dios que sigue con sus rituales religiosos) son un recordatorio de los días oscuros de los profetas menores. Estos hombres clamaron contra la injusticia en el nombre de Dios, y su clamor es tan relevante hoy como siempre lo fue: “Pero corra el juicio como las aguas Y la justicia como una corriente inagotable” Amós 5:24.
En la política partidista profundamente dividida de los Estados Unidos de hoy en día, los demócratas a menudo utilizan la palabra justicia como un arma y los republicanos se burlan de ella. La justicia social es una bandera bajo la cual los liberales intentan imponer su propia moralidad secular en la cultura estadounidense, mientras que los conservadores rechazan la justicia social incluso cuando ésta hace eco de la sabiduría y las palabras de Dios.
La justicia de Dios
La palabra justo y sus cognados aparecen más de quinientas veces en las traducciones inglesas de la Biblia en palabras aparentemente tan variadas como justamente, justicia y justificación. Pero todas estas palabras tienen algo central en común. En contraste con algunos conceptos modernos de justicia y juicio relacionados con el castigo por crímenes, la visión de Dios sobre la justicia es mucho más amplia y profunda. La justicia capta una visión completa de las cosas como deberían ser: amor, igualdad, comunidad y paz. La palabra de la familia justo expresa un concepto en el pensamiento bíblico que fluye desde el mismo corazón y carácter de Dios.
Dios es un Dios justo, santo, misericordioso y amoroso. Lo contrario a estas cosas, la injusticia, es el trabajo de personas que son impías, injustas, inmisericordes y sin amor. Antes de imaginar a alguien que creamos que cumple con esta descripción, hagamos una pausa y confesemos Romanos 3:10-12:
No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios.
Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, No hay ni siquiera uno.
La injusticia cubre la tierra porque la gente cubre la tierra. Y la injusticia rompe la tierra y a todos sus pueblos, metiéndose sigilosamente en cada nación, ciudad, comunidad, hogar y corazón. La humanidad está deshecha por la injusticia. Llega en muchas formas, demasiadas para contarlas. Opresión y explotación de los débiles y vulnerables. Odio del extranjero y del inmigrante, el refugiado y el pobre. Racismo y orgullo, pereza y envidia, inmoralidad sexual e idolatría. Ira y guerra; ambición egoísta y avaricia; envidia y desigualdad. La injusticia es cualquier forma de no hacer lo correcto, cualquier forma en que las cosas no son como deberían ser a los ojos de Dios.
Isaías 59 pinta una imagen sombría de la injusticia corriendo desenfrenada, pero Dios no nos deja en la desesperación con la justicia pisoteada. La última palabra de Dios a la injusticia en Isaías 59:20-21 dice:
“Y vendrá un Redentor a Sión Y a los que se aparten de la transgresión en Jacob”, declara el Señor.
“En cuanto a Mí”, dice el Señor, “este es Mi pacto con ellos”: “Mi Espíritu que está sobre ti, y Mis palabras que he puesto en tu boca, no se apartarán de tu boca, ni de la boca de tu descendencia… dice el Señor, “desde ahora y para siempre”.
Dios prometió un Redentor y un pacto que restauraría Su justicia al mundo, un Espíritu que vendría sobre Su pueblo y palabras de justicia que serían Suyas para siempre. Siglos después, Jesús se pararía en una sinagoga en Nazaret y anunciaría Su identidad como ese Redentor con las palabras de otra profecía de Isaías:
“El Espíritu del Señor está sobre Mí, Porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, Y la recuperación de la vista a los ciegos; Para poner en libertad a los oprimidos; Para proclamar el año favorable del Señor” (Lucas 4:18, 19).
En el ministerio y mensaje de Jesús, esta promesa comenzó a cumplirse cuando trajo justicia a la tierra en el gobierno redentor de Su reino. La predicación ungida por el Espíritu y la práctica de las buenas nuevas trajeron esperanza a los pobres, vista a los ciegos, libertad a los cautivos, perdón a los pecadores, y vida a los muertos. La justicia triunfó sobre la injusticia cuando el Príncipe de la vida murió y se levantó de la tumba, conquistando el pecado, la muerte y toda injusticia causada por ellos. Como se prometió en Isaías 59 (y Joel 2), Dios derramó Su Espíritu sobre el mundo, morando y capacitando a los discípulos de Jesús para que se convirtieran en Sus testigos (Hechos 1:1; 2:1-36).
Haz justicia
Pablo invoca a los testigos de Jesús, empoderados por el Espíritu, para que sean embajadores motivados por el amor de Cristo (2 Corintios 5:14-21). Dios nos ha confiado el mensaje y el ministerio de la reconciliación. En un mundo roto por el pecado y la muerte en todas sus formas, los cristianos están comisionados para hablar las palabras y realizar las acciones que traen reconciliación con Dios y con los demás. Los cristianos son justificados por un Dios de justicia y se les ordena ser personas de justicia. Como cristianos decimos “Sí y amén”, pero con demasiada frecuencia no adoptamos nuestra identidad y llamado como mensajeros y ministros de la justicia reconciliadora.
Al igual que el pueblo de Dios en la antigüedad, con demasiada frecuencia hacemos nuestras las palabras y obras injustas de nuestra cultura, y necesitamos recordar lo que hay en el corazón de Dios.
Miqueas lo describió como hacer justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con Dios (6:8). Jesús destacó las mismas cosas como los asuntos más importantes de la ley: justicia, misericordia y fe (Mateo 23:23). Ambos hablaron con personas religiosas que proclamaban el nombre de Dios pero que habían abandonado Su corazón.
Hoy, la injusticia cubre el mundo, pero la injusticia del racismo es algo que los cristianos deben enfrentar porque con demasiada frecuencia han sido cómplices en esto. Así como el Dr. Martin Luther King Jr. escribió a los clérigos blancos en su “Carta Desde una Cárcel de Birmingham” (1963), “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes”.
Hoy, si escuchan la voz de Dios, no endurezcan su corazón. No permita que la política, el orgullo, el poder y el privilegio le impidan hacer justicia como embajadores de Cristo, con un mensaje y un ministerio de reconciliación. Sea el corazón, las manos y la santa voz de Cristo en nuestro mundo. Lleve reconciliación al quebranto del racismo tan fuerte en nuestra nación, comunidades, iglesias, hogares y corazones.