Siervo, Esclavo, Salvador

por Bonita Jewel Hele

“He aquí mi siervo, a quien he escogido; mi Amado, en quien se agrada mi alma” (Mateo 12:18).

Cuando mi hermano menor, el más joven de seis hermanos, tenía dos o tres años, a veces jugábamos a un juego en el que él era el príncipe y mis hermanas y yo éramos sus sirvientes. Lo vestíamos con una bata (una bata de baño) y lo sentábamos en un trono (un taburete rojo brillante) y le llevábamos todo lo que pedía. Poco tiempo después, mi hermano estaba rodeado de juguetes, galletas y jugo diluido en agua. Nos cansábamos de servirle y salíamos corriendo a divertirnos con algo más emocionante. Probablemente por eso jugábamos tan raramente a ese juego. Ninguno de nosotros estaba ansioso por asumir el papel de sirviente, de responder a todos los deseos de alguien.

La definición más básica de un sirviente es “alguien que sirve”. Honestamente, ¿quién quiere un papel así? A mí me gusta que me mimen. Prefiero la facilidad y la comodidad que conlleva ser servida… no servir.

Mientras crecíamos, mis hermanos y yo a veces le pedíamos a nuestra madre que hiciera algo que podríamos haber hecho fácilmente nosotros mismos. Su respuesta a menudo era: “Tus brazos y piernas no están rotos”.

Ahora que soy madre de tres hijos, me he sorprendido diciéndoles a mis hijos: “No me pidas que haga algo que tú puedes hacer”. Debo preguntarme: ¿eso es para enseñarles responsabilidad o para librarme de la obligación de servirles?

Un refrán dice: “¿Qué es una madre sino una esclava de sus hijos?”. Tiendo a resistirme a esa pregunta retórica. ¿Quién quiere ser esclava, incluso de sus propios hijos (y a veces especialmente de sus hijos)?

No es parte de la naturaleza humana servir. Prefiero ser yo la que se siente en el trono, vistiendo la bata (aunque sea una bata de baño), en majestad y nobleza. Si me dieran a elegir, ¿quién no preferiría el título de amo en lugar de sirviente y la opción de ser sevida en bandeja de plata durante toda la vida? Que alguien más me prepare el té o corte el césped y saque la basura.  

El Hijo de Dios tuvo la opción. El Santo y Justo habló, y el tiempo se extendió como un río ondulante. Su lugar legítimo es gobernar sobre todo el tiempo y el espacio desde el trono del cielo. Pero el Heredero legítimo eligió en cambio ser un siervo.

Él también llamó a Sus amigos a asumir ese mismo estado de modestia. Les recordó de los gobernantes mundanos que “se enseñorean” del pueblo. “Entre vosotros no será así”, dijo Jesús, “sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor… el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mateo 20:26, 28).

No podría ser más claro que eso. Pero en caso de que alguien todavía no lo entendiera, Jesús lo llevó un paso más allá.

Una tarde, Jesús se arrodilló para lavar los pies de Sus amigos, limpiando la suciedad y el sudor de un día agotador. Se había quitado la ropa y se había envuelto en una toalla, una toalla que usaba para secarles los pies empapados después de limpiarlos. “Ejemplo os he dado”, dijo, “para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis… El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió” (Juan 13:15, 16).

Al arrodillarse humildemente ante ellos, Jesús les contó lo que había hecho el Hijo de Dios al venir a la tierra. El Rey Siervo dejó a un lado las vestiduras reales de luz y se vistió con los andrajos mancillados de la mortalidad.

Jesús tomó la forma de siervo (Filipenses 2:7). El Maestro legítimo se arrodilló a los pies de la humanidad. Él se hizo siervo para poder limpiar no sólo los pies, no sólo la cabeza y las manos, sino también el corazón. Especialmente el corazón.

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Bonita Hele is a freelance writer and editor with an MFA in creative writing. She has been published in Seek, Spickety Magazine, Upstreet Magazine and several volumes of Chicken Soup for the Soul. Bonita lives with her husband and three children in Fresno, CA.

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